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viernes, 19 de febrero de 2010

Manuel Arévalo, símbolo de la juventud combativa


Si bien es cierto que 35 años de edad no reflejan nítidamente un paso juvenil, Manuel Arévalo Cáceres representa la fuerza de voluntad que permite superar todas las barreras porque desde niño tuvo que bregar muy duro para conseguir sus metas. Si algún joven actual escucha que el más destacado líder juvenil de la historia del APRA murió a los 35 años de edad, es probable que haga un gesto de incredulidad y, con un mohín deje constancia de su sorpresa; sin embargo sólo bastaron 35 años de vida para que un hombre como Manuel Arévalo deje su impronta marcada en la espiritualidad de un movimiento político que se metió en el corazón del pueblo por su capacidad de de sacrificio. Manuel Arévalo representa a toda la juventud en lo que significa la constancia y la determinación para no dejarse llevar por la mediocridad y hundirse en la desdicha de la frase: “la vida no me dio oportunidad”. Si Arévalo hubiera escuchado esa frase, estoy seguro que hubiera respondido: “la vida no me dio oportunidad, pero a fuerza de constancia, yo me la fabriqué”.
La mayor muestra de aprecio la tuvo de ese gigante intelectual de la filosofía americana como fue Antenor Orrego; éste le dedicó la primera impresión de su libro “Pueblo Continente”. Un gesto que habla a las claras de la enorme impresión que su personalidad marcó en el gran maestro.
Natural de Santiago de Cao, en donde sus tímidos ojos vieron la luz un 15 de octubre de 1903, un pueblo en el que los juegos campestres y cargados de ingenuidad marcan el corazón idealista del futuro líder obrero. A los siete años de edad, ingresa a la escuela local en busca de los primeros fundamentos que su formación necesitaba; pero, debido a la escasez económica de su familia, sólo tuvo la oportunidad de estudiar hasta el segundo grado.
A muy temprana edad (10 y 11 años) se le ve ingresando a la fuerza productiva de la región, desarrollando actividades de desyerbe y desbroce en las haciendas Chiquitoy y Nepén. Allí, al amparo del sol y el cariño que la tierra prodiga a los impulsadores de la economía regional, no sólo formó su determinación y fuerza emocional, sino también su extraordinaria fuerza física. Esa fuerza física que le permitiría imponerse a la fuerza de la naturaleza y sobrevivir. El periódico “El Nor Perú” de Trujillo, publicó una semblanza de su personalidad dirigencial que manifestó apenas a los trece años de edad: "Viajando una vez de Cartavio a Colpán decía con amargura: ¿No podremos alguna vez echar a estos gringos fuera de nuestras tierras?. Sus cañas, sus caminos y hasta sus líneas están anegadas, y nosotros no tenemos cuando regar nuestro maíz".
A los 13 de dad precisamente se desempeñaba como ayudante de química en la hacienda Cartavio y, producto de su eficiencia en el ingenio, a los 15 años edad es contratado por la hacienda Roma de propiedad de don Víctr Larco Herrera ese hombre de caras que pasó a la historia como un gran benefactor de la patria; pero que tenía derecho de vida o muerte sobre sus trabajadores a quienes maltrataba y les exprimía la vida en los campos e ingenios de su propiedad.
Es en esta hacienda que circulaban las ideas de González Prada firmemente esgrimida en unos panfletos que se repartían mano a mano, gracias a la dedicación de Julio Reynaga un moreno fornido, pero interesado en avivar las conciencias de los pobres trabajadores a través de las ideas anarquistas del gran maestro.
A los 16 años de edad se traslada a Casa Grande para desempeñarse en labores obreras; sin embargo el gusanito de la protesta y la lucha por la justicia Social. Ante los abusos de los hacendados, distribuía en papelitos arengas a los trabajadores y los dejaba caer en el banco de los maestros; en el taller, en la fábrica; después, buscaba la discusión alrededor de los mismos volantitos, como tratando de ver que efecto producían en los trabajadores.
La oportunidad de mostrar sus dotes de liderazgo le llegaría de la mano con una las más destacadas huelgas obreras. Como resultado de ella, más de cien familias fueron expulsadas de la hacienda Roma, pese a que la protesta apenas había durado dos semanas. El miedo se había apoderado de los líderes sindicales, pero un proletario auténtico no tiembla de miedo. Los volantitos mecanografiados en una vieja Royal siguen circulando por la hacienda. En vano intentan los gerentes averiguar a quién o quiénes corresponde la autoría. Hay todo un operativo de infiltración, que no da resultados.
En aquel entonces, surge la iniciativa de escribir un pliego de reclamo que, elaborado por los más jóvenes luchadores, pudiera representar firmemente las necesidades de todos los trabajadores. Arévalo asume la tarea de su confección. Al mismo tiempo que atiende el frente colectivo, el joven mecánico cumple fielmente su deber filial. Desde los primeros años de su ingreso al sector asalariado, cada semana llegará a su pueblo, a dejar a la madre todo lo que puede de dinero. En 1920, los trabajadores de Casa Grande deciden presentar el pliego de reclamo a los hacendados; sin embargo el miedo por las represalias (apoyadas por el Presidente Leguía) hacía temer a los más connotados líderes, pese a ello, Arévalo decide imponerse en la asamblea y con contundente: “Yo lo haré”, sin ninguna duda se dirige a las oficinas de los gerentes para entregarlo. Al principio, se niegan recibirlo, pero Arévalo casi por la fuerza, deja el papel en la oficina del administrador.
Lo toman prisionero y algunos de sus compañeros, por intentar liberarlo de la fuerza represiva, también son apresados. Sólo la huelga se imponía y los trabajadores, ya sin miedo, deciden asumirla no sólo por el famoso pliego de reclamos; sino por la libertad de sus compañeros apresados.
Después de las días de diálogo con los patrones, deciden liberar a los apresados con la idea de dilatar más las mejoras salariales que la población reclama; así, los patrones inician una cacería de todos los líderes de la revuelta; Arévalo es apresado nuevamente y deportado por barco al Callao.
Algunos meses después regresa a Trujillo y con el apoyo de su maestro Antenor Orrego (quien lo había tomado a su cargo para completar su instrucción rebelde) reinicia su labor sindical no sin antes haber tomado contacto con los principales líderes obreros y sindicales de Lima y el Callao. Arévalo entra a trabajar en la maestranza ferroviaria del puerto de Chicama. Luego ingresa como mecánico en las minas de Quiruvilca. Termina por regresar a Trujillo, donde abre, en 1924, un taller de mecánica, en el barrio La Unión.
Por esta etapa de su vida y apenas con 18 años de edad, Arévalo, de la mano de Orrego se vincula con los intelectuales del Grupo Norte.
En 1926, a los 23 años de edad, Arévalo decide unir su vida a la de su amada Edelmira Huamán con quien había mantenido una larga relación de novios.
En 1928 existían en Trujillo dos instituciones que atraían por igual el interés del joven mecánico. Una era el Ateneo Popular, que quedaba frente a su taller. La otra era el Club Sport Unión Trujillo, del cual era fundador y dirigente. Un día de 1928, Antenor Orrego se presentó como expositor en el Ateneo. Al final se desarrolló un debate en que intervino, macizamente, un joven que esa noche manifestó a su esposa Edelmira: "he conocido a un gran hombre y me ha manifestado que valgo".
De allí arranca la estrecha amistad entre el crítico y ensayista, y el trabajador manual que se cultiva con ahínco, porque ha comprendido que la cultura es un arma de liberación. Dieciocho años después, en la pequeña revista aprista de Trujillo "Sayari", que dirigía Abraham Arias Larreta, Orrego publicaría un homenaje en que dice, apretada y certeramente: "Peón de campo en los primeros años de su vida, mecánico experto y calificado, después. Cerebro radiante, perfectamente organizado para la acción y para la comprensión del pensamiento más profundo. Sensibilidad fina y delicada para la capacitación estética, para la percepción de la poesía y del arte. Causa pasmo, si no fuera indicio de una América nueva que está haciendo, el sufrimiento de esta flor exquisita en las entrañas mismas del pueblo".
Con el regreso fulgurante de Haya de La Torre al país después de un largo destierro y, ante la muerte de Mariátegui, es el APRA el partido que de manera masiva recibe las mayores muestras de afecto debido a su cercanía con el pueblo y su mensaje de libertad y justicia social, este mensaje cala muy hondo en el sentir de la población que lo apoya masivamente.
Ante este regreso, Haya, muy inteligentemente, decide iniciar un proceso de captación de las mentes más brillantes de la época para que se sumen al nuevo movimiento. Allí suma a sus amigos del Grupo Norte y los nuevos integrantes que se habían sumado en su ausencia. Además, suma a jóvenes dirigentes de las universidades y las organizaciones sindicales. Arévalo cautiva a Haya por su determinación y las marcas indelebles de su nueva intelectualidad brindada por las enseñanzas del maestro Orrego.
Su imagen y verbo enseñoreado, le permiten ser elegido diputado por la Libertad en el congreso constituyente de 1931.
Ante los sucesos ocurridos en Paiján y en el norte del país, Sánchez Cerro decide capturar y deportar a los 22 diputados apristas por considerar que fue el APRA el responsable de las revueltas obreras.
Los apristas fueron desterrados a Panamá, donde Arévalo consiguió prestamente trabajo como mecánico en el Canal. Pero la tierra peruana le atraía, por virtud de afectos íntimos y ansia de revolución. Por ello, decide trasladarse a Colombia y estar más cerca de la tierra peruana.
Enterado de la masacre que el gobierno comenzó a hacer en Trujillo tras la Revolución de 1932, Arévalo decide regresar al Perú e ingresar clandestinamente en 1933. En el Perú, se dirigió al norte. Eran los días de la clandestinidad del Apra. Haya lo nombró secretario general del Comité Regional del Norte y delegado de la Jefatura con poderes especiales. En la lucha ilegal, Arévalo se mostró como un gran organizador. Una red subterránea orquestaba el movimiento de las masas apristas. En esos días acuñó el lema que el APRA haría suyo: Fe, Unión, Disciplina y Acción.
Haya De la Torre declara públicamente a los más connotados líderes del aprismo que si algo llegara a pasarle a él, en esos días turbulento, debería encargarse la conducción del partido a Manuel Arévalo.
No descuidaba Arévalo la vida familiar. Desde las sombras de su escondite, llegaba en algunas madrugadas hasta su hogar. Acariciaba a sus hijos, entre la noche y la aurora; abrazaba a su mujer, y volvía a sumergirse en el secreto. La "policía secreta" -así llamaban antes a lo que se denomina Seguridad del Estado-, sabedora de su ternura de varón cambativo, maquinó el asesinato de su pequeño hijo Víctor Manuel, de siete años. Lo metieron en un pozo y esperaron que el perseguido llegara al velorio.
El 1ro. de febrero de 1937 lo capturaron en las inmediaciones de Mansiche. Estaba escondido en un subterráneo. Hubo, parece, una delación. Quienes estuvieron presos con Manuel antes de su fatídico día, cuentan que lo habían torturado en los calabozos de Trujillo colocando sus dedos de manos y pies en las bisagras de las puertas de hierro para luego cerrarlas con violencia, luego lo colgaron de una soga sujetada al techo y le golpearon la espalda con palos envuelto con trapo mojado. Pero no fue suficiente. En las noches lo llevaban a la playa de Buenos Aires y lo retornaban a su celda inconciente. Su esposa, Edelmira Huamán fue impedida de verlo durante su detención. El único que habló con él antes de su muerte fue su hijo mayor Víctor Manuel, que en ese momento tenía seis años. Cuando el niño salió se abrasó de su madre y la inocente criatura solo balbuceó: “Mamá, dice que lo van a matar”.
Quince días lo tienen prisionero allí. Mediante un procedimiento de prodigioso ingenio, establece comunicación con su esposa. Pronto lo toman en sus manos policías llegados de Lima, que lo introducen en una camioneta. Está esposado y con los pies engrilletados. En el camino se cruza con un camión en el cual viaja Roberto Valdivia, que es su pariente. Arévalo le grita: "avisa a Mila que me llevan a Lima". Y le enseña las manos esposadas. A la altura de Cerro Colorado, son interceptados por otro vehículo policial, cuya tripulación indica que debe llevarse al prisionero. Cumplida la orden, el nuevo destacamento ordena a Arévalo que camine hacia el arenal. Después de un tránsito de pocos metros, le disparan por la espalda. Los soplones Enrique Espantoso, Ricardo Polo y Luis Saldarriaga habían cumplido su misión.
La familia de Arévalo quedó en la más rotunda pobreza, signo de la honradez del mártir.
En los originales de Orrego que Arévalo había estado mecanografiando, se lee: "No se puede plantar hoy la revolución, cualquiera que sea el pueblo de la tierra, desde el punto de vista contemporáneo, si no dentro de los marcos teóricos y prácticos del marxismo" (Pueblo Continente", Pag.117).
La misma noche de su muerte, la figura de Arévalo se le aparece en sueños a Víctor Raúl y le augura que nada le pasaría y que moriría de anciano. Esa misma noche iban a trasladar al Jefe a un nuevo escondite, pero el mensaje de Arévalo hace que se quede. Al día siguiente, el lugar donde iba a ser trasladado fue allanado y los apristas que estaban en ese lugar fueron acribillados. Por eso, el jefe siempre dijo “Yo creo en los muertos”. Manuel Arévalo mantuvo su integridad aprista no sólo en vida, sino que lo hizo más allá de la muerte para avisar al jefe del partido y mantener viva la esperanza de un cambio que sólo el partido del pueblo puede lograr.

1 comentario:

  1. Edificante biografía la de don Manuel Arévalo: primera vez que me entero de su vida íntegramente. Su hijo (don Víctor Manuel, fallecido hace algunos años) y su familia(Carlos y Manuel son muy amigos míos)vivieron en mi barrio. Solo sabía de la portentosa trayectoria de don Manuel Arévalo de oído. Gracias por ilustrármelo.

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