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Cuentos

Sigo siendo el Rey

Me he quedado solo. Éste es mi reino, mi propiedad, mi herencia desde tiempos inmemoriales. Desde mi nacimiento, me sentí predestinado a ocupar el más alto cargo del territorio. Tuve que luchar con todas las armas posibles para conseguirlo. Me impuse a todos los aspirantes al trono con delicadeza, mucho tacto y sobre todo el convencimiento pleno de ser la única persona que podría sacar adelante a mi pueblo. Jamás perdí una batalla o una guerra: soy un vencedor nato. Tuve mucha paciencia para esperar el momento oportuno de imponerme a todos mis adversarios. Me convertí en escudero de muchos de ellos para que lleguen al trono. Una vez que vencían, los obligaba a mantenerme a su lado para poder, desde dentro, tener la posibilidad de observar sus errores y sus virtudes. Fui muy taimado, así pude sacar provecho de las primeras y pude minimizar las segundas, utilicé a muchos pajes y bufones del reino con la finalidad de obtener mis propósitos. Ante tanta pobreza en el reino utilicé un plato de comida o una espada para ganar la admiración de la gente de mi pueblo: pobres muertos de hambre. Quien mejor que yo para hacerme cargo de la gran responsabilidad de conducir a mi pueblo a su gran victoria, al progreso y al desarrollo. Yo que soy sangre de la sangre de este lugar, yo que soy tierra de esta tierra, yo que soy heredero de esta raza milenaria que condujo los destinos de todo mi país.

No existe otro Rey en sobre la faz del planeta que pueda compararse con la grandeza de mi destino. Me encargué de neutralizar, con astucia, a quienes osaron en algún momento ponerse en mi camino e intentar impedir mi ascensión al trono. Recurrí a grandes personajes y alianzas con grandes señores; ellos se convirtieron en los responsables de mi triunfo, por eso tuve que darles muchas cosas a cambio. Fue como vender mi alma al diablo. Eso es lo único que lamento de mi triunfo.

Siempre se pensó que al enemigo no hay que destruirlo, acabarlo y de esa manera se tiene el camino libre. Fue así como siempre actuaron mis predecesores y muchas veces me utilizaron para desarrollar esos trabajos, por eso es que lo sé y conozco los “procedimientos” necesarios para afianzar el poder a través de la fuerza; pero yo siempre pensé diferente y es por eso que tuve el éxito requerido. Al enemigo hay que llamarlo, tenerlo cerca, darle de comer hasta el hartazgo y darle de beber para cambiarlo y tenerlo a tu lado. Un enemigo ebrio no vale nada, se puede dominar y, sobre todo, se le deteriora poco a poco. Se debe corromper a quienes puedan representar un peligro para el reinado. No es posible que yo permita el deterioro de mis planes porque algún advenedizo pretende ganarme el puesto que hoy ocupo. No permitiré que nadie me retire de la encumbrada posición en la que el destino me ha puesto. He conseguido que muchas personas, antes enemigas, se conviertan en mis aliados y se sometan a mi poder, por eso sólo yo manejo los hilos del poder, sólo yo determino a quién hay que darle dinero y a quienes no. Sólo así tendré a las personas de mi reino tras de mí, rogando: sin dinero, mis enemigos están paralizados; pero eso me ha dejado solo, no tengo nadie en quién confiar, no tengo verdaderos amigos, todos los que se acercan a mí, sólo buscan beneficiarse. Sí, sé que yo me lo busqué, pero me duele muy en el fondo…

Pese a todo esto, no entiendo a mi pueblo, a los pobladores de este lugar que no comprenden la grandeza de lo que estoy haciendo por ellos. Se alejan de mí y me dejan solo. Su lealtad no dura, es el precio de los frijoles y la bebida, porque no dura mucho; en cuanto su hambre queda saciada, nuevamente me enfrentan.

El pueblo no entiende que el primer deber de una persona es con su familia, con sus padres, con sus hermanos y con sus hijos… la gente no comprende que debo preocuparme por quienes me rodean en forma inmediata. No alcanzan a comprender que debo repartir parte de mi riqueza y mi poder con quienes me ayudaron a llegar a tan encumbrada posición. No logran captar mentalmente que me debo a mis responsabilidades inmediatas. Que después de todo eso, recién podré preocuparme por mi reino. Recién podré darles lo que ya les estoy dando de a pocos: obras que se necesitan. Sé que faltan muchas más, pero debo manejarlas convenientemente de tal manera que siempre necesiten de mí. Que siempre sientan que sin mi mano sobre ellos y sin mi poder, no son nada. Sólo así afianzaré mi poder y podré mantenerme en esta posición. Cómo disfruto de la sumisión de las personas que me siguen, me adulan… realmente se siente bien cuando me dicen: SU MAJESTAD…

He tenido que cometer algunas irregularidades, pero que son esas pequeñeces en comparación con la grandeza a las obras que he llevado a culminación. Ese es el precio que deben pagar por tener un rey como yo. La comodidad que brindo a quienes están a mi lado, es proverbial. Mis escuderos siempre los mantengo bien pagados para evitar las traiciones, los controlo de cerca, los miro y observo siempre. Ellos saben eso y me defienden a ultranza.

Los ministros de mi reino complotan contra mí, pero ya llegará el momento de encararlos, creen que no lo sé, pero ya tengo algunas pruebas que me permitirán acusarlos por todas sus traiciones, traiciones que no son sólo a mí, sino al destino de mi reino, destino que yo represento en cuerpo y alma. No saben que yo soy la providencia que convertirá, a mi reino, en el paraíso de este mundo…

La gente de este reino me reprocha el haberme convertido en un déspota. No es eso, es que tengo tantas preocupaciones en la cabeza que no puedo perder el tiempo escuchando a gente tan insignificante. No puedo desperdiciar mi glorioso tiempo escuchando las voces de hombres mediocres y vacíos.

Mi reina es una bella mujer. Nunca la dejo salir del reino porque sino descubriría que no soy bien visto por todos; además, podría descubrir la existencia de las decenas de mujeres que se extasían con mi personalidad envolvente. Mujeres amantes entre quienes obviamente tengo mi preferida. Una beldad de láctea piel y cabellera de trigo garzul. Ella es la única que calma mis preocupaciones gracias a la nobleza y belleza de su cuerpo.

Tengo gente importante de mi propio reino que no entiende la grandeza de mi poder, por eso trato de evitar que sigan creciendo como futuros líderes. Esa es la única garantía que tendré de mantenerme en el poder. Evito de cualquier manera que logren sus objetivos, que alcancen el éxito en sus campañas e iniciativas. Sólo así quedarán como tontos perdedores y yo seré comparado como el gran dominador y único líder de mi reinado. Pobres tontos, no se dan cuenta que yo nunca dejaré a nadie que se interponga en mis planes. Sí, yo sé que son gente buena, que tal vez podrían hacer las cosas mejor que yo; pero en definitiva, constituyen una amenaza para mi poder y mi investidura, ¡nunca permitiré otro triunfo que no sea el mío!

Dicen que soy corrupto mis detractores; mas ellos no saben que coger el dinero del reino es mi potestad, que utilizar el dinero del reino para mis cosas es parte de mis derechos como Rey: es un pago por gobernar para todos. ¡Caramba! ¡No lo entienden! ¡Soy incomprendido!

Ahora estoy solo. Ninguno de mis ministros se mantiene a mi lado, por eso no los tomo en cuenta para la toma de mis decisiones. Ahora gobierno solo y nadie puede decir nada. Yo soy el Señor de esta tierra. Los ministros de este reino, quisieron atentar contra mi poder, pero logré imponerme, desde allí y tras las acusaciones que les hice, creo que nadie tendrá más ganas de atentar contra mi poder. Todo aquel que se atreva a resquebrajar la autoridad de mi gobierno será atraído hasta mí y si después de eso continúa haciendo problemas, tendré que desaparecerlo, no me queda otra alternativa…

Ya es tiempo que este pueblo de pusilánimes entienda que tienen un rey a la altura de los tiempo, que soy la respuesta a sus plegarias… para eso deben permitir que satisfaga mis necesidades primarias y que después me preocupe por ellos… además tengo el tiempo a mi favor porque nadie me sacará del puesto que hoy ostento… es imposible…

De pronto siento como la puerta de mi despacho se abre lentamente. Una forma casi humana que apenas puedo distinguir, se acerca hasta mí…

– Señor Alcalde, despierte. Lo esperan para la sesión de concejo…





Claustrofobia
I
La verdad, este despertar no me trae ningún consuelo. No sé dónde estoy, ni recuerdo quién soy. Es una extraña sensación. No saber de dónde vienes, ni a dónde vas. A veces aguzo mis oídos y escucho voces a lo lejos. Grito, gesticulo; pero no me escuchan, mis gritos se apagan en el fragor de esta maquinaria en movimiento. El ruido de las cosas que están al alcance de mi mano, lejos de molestarme parece calmar mis angustias. ¿Por qué estoy aquí? No lo sé, pero debí cometer algún delito muy grueso para ser castigado de esta manera.
Es raro. No siento el calor, pese a estar encerrado sin un ápice de luz. ¿Será que tengo aire acondicionado? No distingo nada. Trato de abrir mis ojos, pero no puedo; de todos modos no serviría de mucho, pues la luz parece estar negada en esta soledad.
Mis recuerdos más antiguos tienen apenas unas horas. No sé cómo llegué a este lugar, pero ya que estoy aquí, sólo puedo pensar: es lo único que no me pudieron quitar. Tal vez estoy muerto y he llegado al limbo, al purgatorio o donde quiera que sea el lugar donde recuerdo que van las almas después de la muerte; bueno, por lo menos eso me parece recordar. La verdad es que es molesto no recibir respuesta directa de mis carceleros. No me alimentan, pero no me hace falta, pues no me siento débil. Tal vez sea parte de algún experimento.
Debo haber hecho algo muy malo para que me tengan en una prisión como ésta, atado a esta cadena desde el centro mismo de mi tórax que me impide moverme por toda mi celda. Me angustio, me agito, me sobrepongo a esta situación con mis pensamientos, sin embargo, no sé lo que me espera, no conozco mi destino… ¡vaya! Ni siquiera conozco mi pasado. Tal vez esto sea un hospital mental y pensaron que estaba loco: ¡No estoy loco, carajo!
Todos mis recuerdos se reducen a mi despertar en esta prisión. Las voces me atosigan, no me dejan tranquilo. La oscuridad es casi total, no puedo ver nada, no distingo el día de la noche y me siento flotar en una levedad insoportable e insondable de mi espacio y de mi alma misma. Los sueños que acompañan mi dormir, casi constante, no tienen significado para mí. No extraño nada, porque no recuerdo nada. Cuan difícil es ser una persona sin pasado y sin memoria. No sé hasta cuándo estaré en este lugar. Nadie responde mis preguntas allá afuera ¡Carajo, parece que esto empieza a encogerse!
II
Ya pasó algún tiempo y nadie se ha puesto en contacto conmigo para decirme la verdad de mi situación. Es incomprensible, sólo esos ruidos y esas voces que me rodean me hacen sentir que estoy vivo, de lo contrario me sentiría en un ataúd. Es duro decirlo, pero no me encuentro cómodo. Esas voces casi incomprensibles forman parte de mi entretenimiento. Aguzó mi oído para ver si puedo entender lo que dicen, sin embargo, no comprendo nada. ¿Qué idioma de miércoles es el que hablan?
De todas las voces que escucho, hay una en especial que me resulta agradable, es una voz dulce y tiene un encantamiento especial. No sé quién es esa persona (o ese carcelero debiera decir), pero siento que, cada vez que algo me molesta o me duele, exijo que diga algo y puedo alcanzar la paz. A veces quisiera entender lo que me dice.
Cada día que pasa, siento que este lugar se sigue encogiendo y yo me siento más incómodo. Las paredes parecen rodearme y acercarse una a la otra con mayor rapidez. Llegará el momento en que ya no pueda moverme, ni desplazarme con comodidad. ¡Dios que será de mí! Será una horrible forma de morir aquí, aplastado por estas duras paredes.
¿Por qué esta situación? Es una tortura que no se la deseo a nadie. Día con día me parece que este sitio se va ajustando más a mí. Ya no puedo desplazarme por toda mi celda, mis movimientos se restringen, se acortan… ya casi no puedo moverme y al parecer a nadie le importa. Grito para ver si me escuchan, pero mi voz se ahoga en un vacío gutural… ¿qué delito habré cometido para estar así? En fin, ya llegará el momento de encarar a mis captores… ¡ya lo verán!

III
Es imposible, lo intento cada cierto tiempo, pero no puedo moverme con comodidad. A veces, lleno de furia he pateado estas paredes de mi celda. Algunas palabras que la gente de fuera dice, no las puedo entender. ¿Qué idioma será? No se parece en nada al mío. No creo que vaya por buen camino, pero debo seguir con vida, será la única forma de entender este lugar.
Poco a poco logro captar algunas cosas, no comprendo exactamente; sin embargo parece que ya puedo relacionar algunas palabras. El otro día comentaban sobre la pérdida de cierto objeto muy importante, no podría decir qué cosa era, mas debe ser importante para los de afuera porque estaban preocupados. Casi sin pensarlo, yo también me preocupé. Sentía la tensión en el ambiente que llenaba cada poro de mi piel. Esa ansiedad me hizo pasar un mal momento. Mi estómago se revolvía y me dejó un sinsabor en la boca que me duró mucho tiempo. No puedo encontrar explicación para esta situación y ¡Dios quiera que pronto termine! Por lo pronto, he ideado un juego que me divierte y entretiene en esta oscuridad y movimiento continuo. El juego consiste en jalar mi cadena hasta provocar un desconcierto en las personas de afuera. Se alteran y siento cómo tratan de calmar mis movimientos y mis ímpetus. A veces quisiera entender claramente lo que tratan de decirme, tal vez así sepa realmente lo que me sucede. Parece que si me muriera sería una calamidad para mis captores; así, en dos ocasiones, me he quedado sin movimiento por algunas horas y eso les ha preocupado mucho, he sentido las correderas de fuera y la preocupación en las palabras que decían. Finalmente me he compadecido de ellos y he lanzado dos puñetes y una patada para indicar que todavía estoy aquí. No me he fugado. Tampoco podría hacerlo pues estoy desnudo y no tengo ninguna herramienta a la mano. Me vuelvo a dormir como casi todos los días… como casi todo el tiempo…

IV
Ahora sí es imposible, ya no puedo hacer ningún movimiento, mis golpes, puñetes y patadas son constantes, pero no consigo grandes cosas. Las paredes de esta celda se han cerrado casi completamente sobre mí y me impiden hasta la respiración. No puedo ver y la oscuridad se completa sobre mis hombros. Casi sin darme cuenta, me he ido dando la vuelta y he quedado en una posición bastante incómoda… Con mucho esfuerzo logro levantar la cabeza… ya logro distinguir una luz allí, abajo, apenas al alcance de la mano… sólo es cosa de estirarse… y podré lograrlo…
V
La enfermera llega precipitadamente al salón principal de la clínica de maternidad:
– Felicidades, señor Pérez, todo el sufrimiento de estos minutos tuvo un buen resultado, ya es padre de un varoncito…